28 de octubre de 2025

Superar el repliegue popular con un sólido y posible programa de futuro

Por supuesto que toda situación tiene múltiples causas. Pero en mi opinión, en el resultado de ayer ganó, básicamente, el miedo al día posterior a las elecciones. El chantaje financiero de Trump, Bessent y JP Morgan funcionó. Una mayoría del electorado temió un desastre con el dólar a 2000 pesos y un descontrol en la remarcación de precios.

Después, creo, vienen otras causas: la debilidad de nuestra campaña, nuestros enfrentamientos intestinos sin resolver, la ausencia de una clara respuesta programática a la Argentina real 2025, entre otras.
Las conversaciones de los días miércoles, jueves, viernes y sábado, entre quienes seguimos la política desde el peronismo, eran alrededor del desbarajuste macro y microeconómico que se produciría de ganar Fuerza Patria y perder el gobierno. Y no teníamos una respuesta a lo que podríamos hacer.

El electorado, mayoritariamente, entendió lo mismo y votó para evitar ese desbarajuste, que produciría una vorágine de precios.

Haber desdoblado la elección fue un éxito, además de una necesaria respuesta política al intento de dejar al gobernador de la provincia sin apoyo legislativo. Ello permitió la consolidación de Kicillof en la provincia y dejó expuesta la endeblez de la conducción nacional del PJ.

El gobierno ganó a gatas las elecciones. Pero sigue con el mismo problema: su plan económico es un fracaso, si es siquiera un plan. Nosotros tenemos que presentar claramente un programa superador que no está en el pasado. Desarmar la hegemonía del capital financiero -impuesta sin modificaciones en el país desde los tiempos de Martínez de Hoz y hoy fortalecido por una de las bandas del capital financiero yanqui- debe ser uno de los principales objetivos políticos, se lo presente como se lo presente.

Delimitarnos claramente de la inflación a la cual, con razón o sin ella, hemos quedado pegados. Plantear un nuevo programa que amplíe y diversifique nuestras exportaciones, explicar la necesidad de la incorporación a los BRICS, convencer de que podemos poner nuevamente en movimiento el aparato productivo sin inflación, por lo menos con la misma inflación que la que tenemos.

Cuando digo a la Argentina real 2025 me refiero a las importantes transformaciones que ha sufrido la clase trabajadora -que debe volver a liderar una política de alianzas con los sectores medios urbanos y rurales-, con la aparición de la informalidad, del trabajo en apps, lo que ha modificado al movimiento obrero que conoció históricamente el peronismo. Todo el sistema laboral e impositivo debe ser objeto de una reforma, no a favor del capital como pretende Milei, sino a favor del pueblo, de los trabajadores. Pero eso necesita ser planteado y discutido.

Igualmente, tenemos que discutir cómo hacemos con el permanente chantaje de los sectores exportadores que nos genera una sed de dólares que obligan a maniobras como el cepo y esas cosas. Tenemos que dejar claro, como te dije, que a nosotros tampoco nos gusta la inflación, que nos comprometemos a luchar contra ella y garantizar, no obstante, un mayor desarrollo productivo e industrial.

E imperioso formular nuevas políticas industriales que pongan en movimiento el capital invertido e inmovilizado por las políticas neoliberales financieras, pero que además se despliegue sobre el conjunto del país, con un carácter federal. Tenemos que dar respuesta a la puesta en marcha de nuestros codiciados recursos naturales, poniendo el énfasis en las posibilidades de su industrialización, evitando caer nuevamente en la mera exportación de materias primas. Para ello es nuestro deber, en el futuro más inmediato, restituir la vigencia de un fuerte y sólido estado productivista en condiciones de asociarse con el capital privado en la industrialización de nuestros recursos, así como estado nacional y popular de inversión social, dirigida a solventar el ejercicio de la justicia social, es decir en educación, sanidad, vivienda, previsión social, etc. como línea conductora de los presupuestos nacionales.

Esas son algunas de las cosas que tendremos que discutir de aquí al 27, si queremos ser una alternativa creíble para la mayoría. Es ofreciendo un futuro posible y al alcance de las manos como el movimiento nacional, en alianza con todas las fuerzas dispuestas a asumir este ideario, podrá superar este momento de repliegue popular y de nostalgia por el pasado.

27 de octubre de 2025

17 de octubre de 2025

Un vital sobreviviente de 80 años


El final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, dejó a las antiguas potencias coloniales (Reino Unido, Francia, Países Bajos, etc.) económicamente devastadas y militarmente exhaustas. Esa situación abrió cauce histórico a la aparición de movimientos de liberación nacional en todo el mundo colonial y semicolonial. La Guerra Fría, por otra parte, y las tensiones internacionales que generó facilitaron y alimentaron la lucha por la autodeterminación nacional.

En Asia, la entrada en Beijing del Ejército Popular, conducido por Mao Tse Dong y el Partido Comunista Chino, puso a la República Popular China en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, junto a los triunfadores de la Segunda Guerra. India, conducida por el Partido del Congreso, conquista su independencia nacional, en 1947. El Viet Minh, liderado por Ho Chi Minh, declaró la independencia de Vietnam en 1945 tras la rendición japonesa y se inicia la guerra de liberación contra el dominio francés que culmina en la batalla de Dien Bien Phu, entre el 13 de marzo y el 7 de mayo de 1954. La victoria aplastante del Việt Minh, al mando del General Võ Nguyên Giáp, forzó a Francia a negociar y puso fin a la guerra. Los líderes nacionalistas Sukarno y Hatta declararon la independencia de Indonesia en 1945, lo que llevó a una guerra revolucionaria contra los Países Bajos, que intentaron restablecer su control. Indonesia obtuvo el reconocimiento internacional de su independencia en 1949.

En Asia Occidental, Siria y Líbano consiguieron su completa independencia de Francia en 1945-1946.

En el norte de África, Egipto, tras la humillante derrota en la guerra árabe-israelí de 1948, se fortalecieron los movimientos anti-monárquicos y anti-británicos, que culminarán con la Revolución Egipcia de 1952 liderada por Gamal Abdel Nasser y los Oficiales Libres.

En el caso de la colonia francesa de Argelia, aunque la independencia se obtuvo recién en 1962, el sentimiento nacionalista se cristalizó tras la represión de las protestas independentistas en Sétif y Guelma en 1945, que marcaron el inicio del camino hacia la Guerra de Independencia de Argelia, que se desarrolló entre 1954 y 1962.

En el África subsahariana los movimientos fueron más lentos y recién en la década del 60 obtuvieron la independencia, pero el período de posguerra fue fundamental para su organización. En Ghana, el movimiento liderado por Kwame Nkrumah se intensificó con campañas de “autogobierno ahora” y así se convertiría en el primer país subsahariano en obtener la independencia en 1957. En Kenia surge el movimiento anticolonial Mau Mau, que llevó a una violenta rebelión contra el dominio británico en la década de 1950. Mientras que en el África dominada por el colonialismo francés se creó el Rassemblement Démocratique Africain (RDA) en 1946, un partido que luchaba por los derechos de los africanos dentro del sistema francés, sentando las bases para futuras demandas de independencia. Curiosamente, este prudente movimiento inicial, que solo buscaba que sus países fueran considerados parte de la Francia de ultramar, luego de 80 años de brutal expoliación colonial, están desarrollando ante nuestros ojos el más apasionante proceso de liberación nacional, como hemos visto en Burkina Fasso.

El Congo tuvo que esperar hasta la década del 60 para liberarse del brutal y salvaje colonialismo de la suave Bélgica. Y la perfidia de la infame testa coronada de Balduino llevó a cabo una retirada tan acelerada que no hubo una transición real de poder. Dado que los belgas habían evitado formar una élite política y administrativa, el Congo se independizó con solo unos 30 graduados universitarios en todo el país y sin oficiales africanos en el ejército. Todo ello sumió al país en un caos y balcanización de los cuales aún no ha logrado recuperarse.

En 1948 se produce lo que se ha llamado El Cisma Yugoslavo. Josip Broz, el Mariscal Tito se enfrentó abiertamente a Stalin y fue expulsado del Kominform. La causa fue la insistencia de Tito en que Yugoslavia tenía derecho a seguir su “propio camino hacia el socialismo”, sin someterse a los dictados de Moscú. Fue, quizás, el ejemplo más puro y exitoso de un movimiento nacional periférico que logró una autonomía genuina durante la Guerra Fría.

En América Latina, el final de la segunda guerra también tuvo su impacto. En Venezuela aparece Acción Democrática, un partido de las clases medias que pugnan por el aprovechamiento de la generosa renta petrolera para industrializar el país. En la Argentina, en un día como hoy de hace 80 años, el pueblo argentino arranca a Juan Domingo Perón de la prisión y da inicio a un proceso de nacionalización de la renta agraria, de industrialización y de distribución democrática de los excedentes, rompiendo con el predominio inglés y oligárquico en la economía y la política. Unos años después, Getulio Vargas, de nuevo en la presidencia del Brasil, profundiza su programa nacionalista e industrializador, con apoyo popular. En Bolivia, el MNR, a partir de 1952, nacionaliza las minas de estaño y lleva a cabo una radical reforma agraria.

Este largo proemio histórico viene a cuento por algo que es único y exclusivo del peronismo. Si de esta enumeración, sacamos aquellos procesos en los que una revolución radical y una guerra civil crearon un nuevo estado, los dos únicos movimientos que, en el mundo, han logrado sobrevivir a las convulsiones de la segunda mitad del siglo XX y la cuarta parte del siglo XXI son el Partido del Congreso de la India y el peronismo de la República Argentina.

El gran Kwame Nkrummah, el noble Gammal Abdel Nasser, que nacionalizó el Canal de Suez de manos de Inglaterra y unos inversores franceses, Sukarno, el triunfador sobre los holandeses, el mariscal Tito, cuyo retrato vi en los hogares de todos los yugoslavos migrantes en Suecia, Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt, los dos presidentes adecos, Víctor Paz Estenssoro, el expropiador de las minas de los “barones del estaño”, Patiño, Hochschild y Aramayo, y hasta Getulio Vargas, el suicida heroico, son nombres que a lo largo de esos 80 años se han ido empalideciendo hasta caer casi en el olvido. Algunos de ellos fueron derrotados, otros sucumbieron a las trampas del enemigo antinacional, otros, como el Mariscal Tito, fueron arrastrados en el feroz torbellino de una guerra civil provocada por el imperialismo.

Pero el nombre de Juan Domingo Perón sigue indeleble en el corazón del pueblo argentino. Su voz, sus dichos, sus cavilaciones entre políticas y filosóficas, sus escritos y sus discursos siguen vivos en la tradición política argentina. Es el único jefe popular surgido después de la guerra cuyo movimiento sigue preocupando al imperialismo yanqui y es el único cuyo apellido surge como alternativa incontrastable y poderosa a la injerencia norteamericana en la política argentina.

Ayer tuve una reunión con un dirigente gremial, el secretario general del Sindicato de Obreros Navales, Juan Speroni. Es un hombre de característica extracción obrera. Su escuela ha sido la lucha sindical y política. Y de su boca escuché un extraordinario discurso nacional, una inteligentísima visión del mundo contemporáneo y de la política internacional, en donde las citas, las referencias y las menciones a Perón eran de una precisión quirúrgica.

He tenido la suerte de recorrer bastante mundo y conocer mucha gente de toda condición. Solo en Cuba se puede oír “como decía Fidel” o en Venezuela “como decía Chávez”. Pero ambos son contemporáneos. Cuando un trabajador argentino o una dirigente social del Chaco dice “como decía Perón” se está refiriendo a un hombre al que no conoció personalmente, que nació a fines del siglo XIX, y que desde hace 51 años no está entre nosotros. En realidad, lo que hace es expresar la vitalidad, la energía y la enorme potencialidad transformadora que, afortunadamente, aún tiene el movimiento creado por aquel coronel y por los trabajadores que lo sacaron de la prisión oligárquica hace hoy, exactamente, 80 años.

Buenos Aires, 17 de octubre de 2025

3 de octubre de 2025

Para evitar un nuevo revisionismo dentro de 100 años

Cuentan que Lenin tenía la costumbre de avisar personalmente a cada compañero con el que iba a polemizar en un congreso o reunión del comité central.

Lo hacía con el objeto de no enturbiar con ataques sorpresivos las relaciones personales entre compañeros de lucha e ideas. Esta costumbre se perdió, con muchas otras cosas, en el ciego y despiadado torrente del stalinismo y el uso de la policía para dirimir discusiones político-ideológicas. De modo que la posteridad asumió que Lenin era un fanático discutidor que eliminaba con un tiro en la nuca a quienes no pensaban como él. Por el contrario llegó a la hoy casi inconcebible tolerancia de aceptar que dos de sus mejores hombres publicaran en la prensa los planes de la insurrección de Octubre, algo que sólo quince años después, muerto Lenin, les valió el mote de esquiroles de la Ojrana, la policía secreta del zar. Creo que la costumbre del jefe de la insurrección de Octubre debe ser reivindicada e imitada.

Todo este proemio para informarte que acabo de enviar al diario -en el suplemento que dirige Federico Bernal- una, lamentablemente, extensa nota discutiendo tus puntos de vista del editorial del 2 de abril pasado.

La nota en cuestión va adjunta al presente mensaje con el propósito leninista de que seas el primero en conocerla.

Espero que pueda salir publicada. De no ocurrir no me queda duda de que se trata de razones de espacio. Lo digo con sinceridad. Buscaré entonces algún otro canal.

Te dejo un abrazo fraternal 1.

JFB


El 2 de abril de 2012, en este mismo diario, el columnista Hernán Brienza, miembro, como quien esto escribe, del Instituto del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, publicó un artículo con motivo de los 30 años del inicio de la Gesta de Malvinas. A raíz de lo publicado por Brienza en esa oportunidad inicié con él una comprimida discusión en su página de Facebook. Como el tema amerita mayor reflexión y espacio, me permito utilizar esta columna, para ampliar los conceptos que me llevan a contradecir el punto de vista del respetado columnista y compañero. Como es muy fácil pelearse y muy difícil encontrar, como ha sido el caso con Brienza, nuevos compañeros que recojan las viejas banderas, he tratado de mantener la discusión en el marco de la fraternidad y respeto que deben caracterizar las relaciones entre partisanos.

Sobre la naturaleza política del 2 de Abril


La primera afirmación que consideramos errónea al principio mismo del artículo de Brienza es la siguiente:

“... por ninguna razón, motivo o inspiración podemos decir que los sucesos del 2 de abril de 1982 constituyeron una gesta nacional y popular”.

Los sucesos del 2 de abril de 1982, es decir la recuperación militar para la soberanía nacional de nuestras islas irredentas, dieron origen a una verdadera gesta nacional y popular, como se pudo observar de inmediato con la alborozada, entusiasta y espontánea adhesión del pueblo argentino a dicha recuperación. Este entusiasmo pudo verse en todas las plazas del país y principalmente en la de Mayo -ágora de nuestras más importantes decisiones políticas- ocupada, entre otros, por muchos de los hombres y mujeres que dos días atrás habían sido salvajemente apaleados por la policía del régimen. Incluso entre los exilados y perseguidos por la dictadura cívico militar la noticia generó una respuesta de solidaridad y las embajadas argentinas -hasta entonces vistas con justificado recelo- comenzaron a llenarse de compatriotas que se ofrecían como voluntarios.

Quien esto escribe encabezó, en Estocolmo, una manifestación hasta las verjas de la Embajada Británica, donde se quemó una Unión Jack, símbolo ominoso de la ocupación colonial. Al día siguiente, un grupo de argentinos y suecos concurrimos a nuestra embajada para exigir se pusiera a nuestra disposición, como ciudadanos argentinos, los elementos necesarios para redactar y enviar comunicados de prensa en apoyo, justamente, a la gesta que se había iniciado ese día. Comenzamos a recorrer las redacciones de los medios de prensa para exponer nuestro punto de vista que era de repudio a la dictadura cívico-militar y de ratificación de la reconquista de nuestro territorio usurpado. Vale la pena mencionar que la atención con que hasta ese momento habían sido recibidas nuestras declaraciones en la prensa sueca desapareció como por encanto. Unos argentinos exiliados denunciando las tropelías de la dictadura proimperialista eran motivo de conmiseración y pena. Pero esos mismos hombres y mujeres reivindicando un acto de voluntad nacional contra una potencia imperialista ya no despertaban solidaridad ni simpatía.

Como pueden recordar todos los que vivían en el país en aquellos días, las canchas de fútbol fueron testigos de la adhesión popular a la recuperación de las islas y de la solidaridad con los oficiales y soldados que estaban en el frente de guerra. Y bajo ningún concepto, ninguna de esas expresiones confundía el apoyo a la recuperación de Malvinas con un apoyo a la dictadura militar. Por el contrario, todavía se recuerdan los cantos de las tribunas adhiriendo a la acción militar austral y repudiando a Galtieri y la dictadura.

Es por todo ello que discrepo abiertamente con la aventurada afirmación de Brienza. El 2 de abril de 1982 se inició, guste o no, una gesta nacional y popular.

Los caprichos de Clio


Escribe Hernán Brienza:“Nada tienen que ver los reclamos contra el enclave colonialista inglés y los sentimientos de dolor por el injusto despojo de territorios (...) que nos embargan a los argentinos con la desquiciada decisión individual de un dictador o de un grupo minúsculo que (...) consideró un acto heroico mandar a la muerte a una segunda generación de jóvenes en menos de siete años de dictadura cívico-militar”.

Entiendo de sobra -y es algo que muchos de nosotros venimos repitiendo desde hace 30 años- la dificultad que representa asumir la contradicción en la que incurrió el propio régimen militar al reconquistar Malvinas. Los caprichos de Clío han desconcertado muchas veces a espectadores y protagonistas. No fue otro que el virrey del Imperio Otomano Mehmed Ali Pasha quien, en 1805, encabezó la independencia de Egipto convirtiéndose en el sultán Muhammed Alí e iniciando la creación de un estado nacional moderno. O, más cercano a nuestros días, no fue sino el extravagante play boy Norodom Sihanouk, coronado monarca de Camboya a los 19 años y heredero de una corona cómplice con la dominación francesa, quien encabezó, en 1953, la independencia de ese país del democrático protectorado colonialista.

Pero me resulta casi imposible de entender que Brienza no sepa que nuestros heroicos muertos durante la guerra de Malvinas fueron matados por balas inglesas, por cañones ingleses, por torpedos ingleses y no por las balas de una dictadura que, es cierto, había asolado al país -y continuó haciéndolo después de la derrota en la batalla austral- a sangre y a fuego. No puedo creer que Hernán Brienza considere que los 323 muertos por el ataque aleve y criminal al Crucero General Belgrano haya que atribuírselos a la dictadura.

Creo que esta opinión del compañero Hernán Brienza se deriva de su dificultad para entender que la guerra, más allá del sentido y las razones que quisiera haberle dado la cúpula militar, era de naturaleza intrínsecamente liberadora. Y fue eso, la naturaleza justa, legítima y anticolonial de la guerra, lo que generó el inmediato apoyo de los países latinoamericanos. Panamá votó a favor de la Argentina en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El secretario general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, hizo dudar sobre su imparcialidad, moviéndose a favor de la Argentina, mientras el gobierno de su país envió aviones y aviadores dispuestos a participar en la contienda aero-naval. Venezuela defendió a viva voz a la Argentina mientras que su embajador en Buenos Aires se convertía en un vocero de la justicia de la causa y de la guerra. Sólo la dictadura de Pinochet mantuvo su torva hostilidad hacia la Argentina mientras sus FF.AA. daban información estratégica a la Task Force inglesa. Obviamente no era la admiración al sistema democrático y la soberanía popular o el horror ante las violaciones de los Derechos Humanos lo que guiaba la política del déspota trasandino. Era su lealtad a la OTAN y su sumisión a los EE.UU. y Gran Bretaña lo que dictaba su conducta.

Es muy probable que en el ánimo de la Junta Militar de entonces haya estado la ensoñación que se le atribuye. Pero es mucho más comprobable y demostrable que esa decisión abrió la caja de Pandora del espíritu patriótico de los argentinos y de Patria Grande de los suramericanos. Entre el 2 de abril de 1982 y el final de la Guerra de Malvinas, América Latina volvió a vivir el espíritu bolivariano y sanmartiniano de las luchas por la Independencia y comenzó la latinoamericanización de nuestro reclamo que hoy es ya política oficial de la UNASUR.

La “opción” de celebrar


De ahí se deriva esta, a mi entender, errónea afirmación de Hernán Brienza: “el pueblo argentino (...) no encontró mejor opción que celebrar la recuperación y hacer suya una guerra que no era suya”. Para el pueblo argentino no fue una opción, Hernán. No había posibilidad de optar entre lo que hizo o lo contrario. Fue simplemente la identificación inmediata de que en esa decisión tomada inconsultamente se jugaban casi 150 años de incesante reclamo, de aspiraciones frustradas, de extrañamiento de “La Hermanita perdida”. Por eso la afirmación posterior contradice todo lo dicho hasta ese momento: “Es sencillo: fue el pueblo y sólo el pueblo el que dotó de contenido nacional un conflicto armado decidido, paradójicamente, por una elite cívico militar que había instaurado en el país un modelo económico que favorecía a las empresas y a las finanzas trasnacionales y al capitalismo concentrado en la Argentina y había propinado un cruel ajuste y empobrecimiento de los sectores populares”.

Así es. Es lo que ocurrió el mismo 2 de abril en el momento en que ese mismo régimen, que con exactitud define Hernán, decidió recuperar las islas. Por eso en ese día recordamos la gesta de Malvinas. Y mucho más contradictorio con su descalificación del 2 de abril es lo que escribe a continuación: “Fueron la alegría, la solidaridad, el anticolonialismo que surgieron de los hombres y mujeres de a pie, el heroísmo de los soldados –y no digo chicos– y de un sector de la oficialidad con conciencia nacional los que hicieron que la aberración del 2 de abril se pareciera a una gesta”.

Hernán, ninguno de todos esos decisivos protagonistas que mencionás lo consideró una aberración, sino una gesta. La naturaleza cipaya y criminal de la dictadura te produce una confusión que no la tuvo el pueblo argentino en aquella oportunidad. Por otra parte, si la decisión del 2 de Abril tuvo algo de aberrante, lo fue para con la Junta Militar que la adoptó, al ponerla en el centro de la mayor contradicción de nuestro tiempo: el enfrentamiento entre los países imperialistas y colonialistas y el mundo semicolonial o periférico. Y, para colmo, puso a la Junta, por primera y única vez, del lado correcto.

Una guerra legítima y un gobierno ilegítimo


¿Qué importancia tiene entonces que “La Guerra de Malvinas (...) no fue el resultado de las deliberaciones y necesidades de distintos sectores de una sociedad que deciden alzarse en armas contra el colonialismo del que son víctimas”? En primer lugar ninguna guerra de liberación es el resultado de ese manual de procedimientos. El hecho de que una guerra sea adoptada por un parlamento democráticamente elegido no incide sobre su naturaleza. La aprobación por parte del Congreso norteamericano del envío de tropas a Irak no modifica el carácter imperialista, injusto e ilegítimo de esa decisión. El hecho de que hayan sido los jefes del Frente Nacional de Liberación de Argelia, y no el pueblo argelino reunido en congreso, quien haya iniciado su guerra por la independencia no modifica en un ápice la naturaleza justa, legítima y popular de la misma. Pensar lo contrario es formalismo democratista, algo que contradice abiertamente el realismo de nuestro pensamiento nacional y popular.

Tampoco es cierto que la decisión del '82 haya sido una “aberración geopolítica absoluta”. Brienza no da ningún argumento para sostenerlo, pero los numerosos testimonios ingleses sobre lo cerca que Argentina estuvo de obtener un resultado favorable nos eximen de mayor explicación. Coincido también en esto con Jorge Abelardo Ramos cuando afirma: “Iniciar y consumar la recuperación de las Malvinas fue una victoria política y estratégica en sí misma (ya que rompió la inmovilidad de un siglo y medio) y la rendición de Puerto Argentino constituyó una derrota táctica, pero que no alteró el significado global de la guerra y su positivo valor histórico. Justamente la idea de que la guerra fue perdida es la que manipula el Servicio Secreto Británico y los 'partidos políticos de la rendición incondicional', que parasitan en la Argentina” (Prólogo al Informe de lord Franks, 1° de marzo de 1985).

La guerra y los derechos humanos

El otro punto que desvela a Hernán Brienza -con mucha menor conmiseración que otros comunicadores, hay que decirlo- es el relativo a la supuesta violación de los Derechos Humanos de la tropa por parte de nuestra oficialidad. Argentina ha tenido el singular privilegio -común a muy pocos países del orbe- de no haber participado directamente en un conflicto bélico desde la infame Guerra de la Triple Alianza -de naturaleza simétricamente opuesta a la de Malvinas, por otra parte-. Esto le ha dado a nuestro pueblo una ingenua ignorancia sobre las condiciones en que se desarrolla una guerra. Pese a haberlo visto miles de veces en películas norteamericanas o europeas, la brutalidad, el desprecio por la vida propia o ajena, la crueldad disciplinaria, el inapelable verticalismo castrense, le resultan reconocibles y propios de esas películas, pero extraños y ajenos a nuestras tradiciones de convivencia. Pero la verdad es que así es la guerra. Un estado en el que, de alguna manera, se suspenden los derechos humanos y la obediencia y la disciplina son fundamentales para el cumplimiento del objetivo: matar más soldados enemigos que los que el enemigo mate en nuestras filas. No intento con esto negar el hecho de que, como en toda guerra y, más aún, en toda actividad humana, no se hayan cometido injusticias y arbitrariedades, pero plantear la Guerra de Malvinas -como lo hace la película “Iluminados por el Fuego” o la tapa de Página 12 de este 2 de abril- como una guerra entre oficiales y soldados … argentinos, es un notable y pernicioso dislate.

El propio Brienza cae aquí en una nueva contradicción: “Leía la otra noche, durante un breve viaje que realicé a Jujuy, las instrucciones de Manuel Belgrano para el mal llamado “éxodo jujeño”. El valiente político y militar dispuso que el Ejército Auxiliar custodiara la retirada del pueblo en la retaguardia, cubriéndole las espaldas a esos miles de hombres, mujeres y niños que abandonaban todo en defensa de su libertad. Gesta popular y nacional es eso, no estaquear soldados mal alimentados y mal abrigados sobre la tosca malvinense”. Tomar al improvisado general Manuel Belgrano como ejemplo es, en principio, un error o un desconocimiento. Manuel Belgrano gozó, durante su corta carrera militar, de una fama de implacable disciplinarista y de frecuente estaqueador. El propio Manuel Dorrego fue víctima, y posiblemente justificada, del rigor disciplinario del general abogado. Por otra parte, de los miles de veteranos de la guerra de Malvinas, son muy pocas la denuncias sobre este tipo de hechos a los que cierta retórica pretende llamarlos de lesa humanidad. ¿Hubo casos de injustos castigos? Seguramente sí, los hubo, como los ha habido y seguirá habiendo en cada oportunidad en que el furor de Marte gobierne la conducta de los humanos. El puñado de hombres que en 1964 se juntó en Orán, Salta, para iniciar una actividad guerrillera terminó fusilando a dos de sus miembros por supuestos actos de indisciplina y, por otra parte, fueron los únicos muertos que el grupo ocasionó. Bolívar no dudó en fusilar a quien posiblemente fuese su mejor hombre, el general Manuel Piar, y a todos sus compañeros. Las fuerzas militares destacadas en Malvinas no se dedicaron a estaquear soldaditos, como afirma Brienza, aunque lo hayan hecho. Prueba de ello son la cantidad de víctimas inglesas caídas en lucha cuerpo a cuerpo, el heroísmo de los oficiales de la aviación que salían a atacar a las naves inglesas sabiendo que las posibilidades de regreso eran mínimas y en donde caían tres pilotos de cada cinco que partían.

Para terminar

Al final de su nota Brienza se hace una pregunta casi psicoanalítica: “¿Significa esto desmalvinizar? ¿No defender la soberanía argentina sobre las islas? ¿Tener una visión liberal probritánica y antiargentina? ¿Me he convertido en el integrante número 18 del Brancaleónico grupo de periodistas e intelectuales argentinos que trabajan para la autodeterminación de los isleños?”

Curiosamente no la responde.

Intentaremos hacerlo. No, no creo que ninguna de las hipótesis en las que se sitúa Hernán Brienza sean ciertas. Sí creo, en cambio, que la enorme presión social ejercida por el imperialismo, la gran prensa y el establishment intelectual liberal cipayo sobre la clase media, sobre todo porteña, ha tenido sus efectos. Más que desmalvinizar, Hernán Brienza suena como un desmalvinizado. Defiende, sin hesitar y con energía, la soberanía argentina sobre los territorios del Atlántico Sur y está, no tengo dudas, en magníficas condiciones para dar por el suelo con las miserables teorías de esos 17 “perduellis” -para usar un término que recuperó José Luis Torres-. Su error, no obstante, radica en que una visión estrecha, ideológica y que tributa al progresismo porteño, le impide comprender la naturaleza de una epopeya en la que casi seiscientos compatriotas entregaron su vida y en la que las armas de la Patria pusieron en jaque a la segunda potencia imperial de la época y cambiaron la estrategia político-militar de la alianza occidental y, al no hacerlo, debilita la causa de Malvinas en la que, con sinceridad, milita.

Esto fue lo que entendió Fidel Castro, y no los pocos casos de arbitrariedades, cuando sus ásperas barbas rozaron, en un abrazo, la delicada piel del canciller argentino Nicanor Costa Méndez. Me cuesta pensar que el viejo líder revolucionario estuviera confundido al respecto.

El lector disculpará la extensión de la nota. El esfuerzo de escribirla y el de leerla es una contribución a evitar que dentro de cien años una nueva oleada de revisionismo histórico tenga que rescatar del olvido -como lo hemos hecho con la batalla de la Vuelta de Obligado- la valentía y astucia de los argentinos enfrentando con las armas, y en disparidad de condiciones, a los usurpadores de nuestro territorio patrio.


1 La nota no pudo salir en el suplemento que dirigía Federico Bernal con el argumento de que al contestar a un editorialista debía salir en el cuerpo del diario y más breve. Tampoco se publicó en el cuerpo del diario una versión posterior más reducida. Hasta el día de hoy ignoro por qué. (JFB)

4 de septiembre de 2025

Cuarta Crónica de Hopean Maa

De repente todo se volvió confusión y los acontecimientos se precipitaron

Toda la corte de genios, brujos, hechiceros y sacerdotisas que rodeaban al gnomo Yelim y a la bruja Arinak comenzaron a culpar de todas sus desventuras al misterioso íncubo Jacobo Kigay, un monstruoso engendro de quien se decía que se escondía en cada uno de los infinitos rincones del palacio. La intriga y el acecho habían sido las poderosas armas que lo habían introducido en los círculos cortesanos y era comentado, en voz muy baja, que tenía bajo sus órdenes a las legiones de trolls, sin rostro ni nombre, que confundían con sus habladurías el claro discernir de los vecinos de la capital del reino. Confundidos con los parroquianos de las tabernas y posadas, ponían en circulación extrañas historias, veladas acusaciones y perversas sospechas.

De repente, los trolls se silenciaron. No respondían a las denuncias que se elevaban desde todos los rincones, especialmente las que tenían que ver con el Cofre de los Baldados y su administrador, Yago Hispánico. En la plaza central comenzó a decirse que también el metamorfósico Ludwig Petersen, ministro de los Ejércitos Reales, también estaba involucrado en las artimañas de las hierbas mágicas. El Hospital de las Legiones, cuya farmacopea se nutría de esas hierbas, apareció, en los palimpsestos de la Revelación, pagando miles de monedas de oro, muchas de las cuales iban a las faltriqueras de Ludwig, quien, bajo diversos disfraces y apariencias, vivía en concubinato con un súcubo que, en su apariencia femenina, era conocido como Castrina de la Pera.

El alquimista Emanuel Adorno, gran maestro de la Escuela de Bieckert, tan garrulo como mendaz, se había llamado a un total silencio. Sus pregones matutinos desaparecieron por completo.

Ninguna desmentida salía del palacio. Cada día que pasaba defraudaba a los súbditos del diminuto monarca, quienes esperaban que los escritos de los palimpsestos fuesen aclarados o, por lo menos, rechazados. El descontento y la desazón comenzó a extenderse por las plazas, llegando hasta las aldeas más lejanas. Los campesinos comenzaron a alejarse y desconfiar de Yelim y, sobre todo, de Arinak. Unos versos festivos comenzaron a hacerse populares entre los campesinos al volver de su labor cotidiana:

“La saqueadora,

la bruja es la saqueadora”.


Como si esto no fuera suficiente, Lewis Kigay, pariente bastardo del íncubo Jacobo, un ogro riquísimo, que escondía sus thálers, maravedíes, coronas, dinares y riksdalers, en inmensas cacerolas enterradas en reinos cercanos, dejó a los campesinos y aldeanos sin sus ahorros. De pronto, sus monedas no alcanzaban para comprar en la feria el pan y el vino. Ya no podían entregar al herrero sus guadañas y cuchillas para afilar, porque no tenían con que pagarle y los escasos bienes que producían, como trigo, mijo y hortalizas eran consumidos en su mesa diaria.

El malestar llegó hasta la Casa de los Grandes Triunviros, conocida por todos como la CGT. Los otrora poderosos triunviros, representantes de los artesanos, herreros, talabarteros, ebanistas y fundidores, que se habían mantenido callados con la aparición de los palimpsestos, vieron que ni el gnomo ni la corte de seres infernales que gobernaba el reino garantizaba la labor y la paga de su gente.

Incluso el Círculo Dorado de los Dragones, los hombres y mujeres más ricos del reino, que hasta ese momento habían mirado con condescendencia las calamidades de la corte, se alejaron recelosos y dubitativos. El único hombre del Circulo que aún confiaba en Yelim era el Rabino Piedra de Lange Berd, dueño de innumerables castillos, que había alojado al gnomo durante su iniciación.

Hopen Maa vivía momentos de angustia y zozobra. Los Baldados, desprovistos de los beneficios que el Cofre les otorgaba y que les permitía evitar la mendicidad, habían comenzado a manifestarse con sus muletas, con los parches en sus ojos tuertos, con sus bastones y garfios, en las cercanías del palacio. Incluso comenzó a circular en las plazas el rumor de que los miembros de los Tercios de los Ejércitos Reales estaban inquietos al no conseguir sanar sus heridas en el Hospital de las Legiones. Los Ancianos del Jubileo hacía meses que clamaban por sus pagas, canceladas por decisión del gigante Strujanegros.

Fue entonces que la Vestal del Toro Rico, una antigua mesalina sagrada, convertida en su vejez en depositaria del Cinturón de Castidad Divino, anunció, con proclamas y pregones que todo el contenido de los palimpsestos había sido escrito por una conjura de los eslavos y los chéveres, dos pueblos que nunca habían tenido pendencias con el reino de Hopen Maa.

Ese fue el punto culminante del desconcierto en palacio.

Pero el día de la opinión de los súbditos se acercaba. Kerstin, La Cautiva, desde su torre, había logrado que Maksimaalne dejara de proferir invectivas contra Achse y que la Santa Orden de Caballería Púrpura mantuviese sus tropas acuarteladas y silenciosas.

El alquimista Josefo de Maia, hombre de la confianza del Marqués de la Fermosa Curva, se preparaba para horas cruciales, desde su mirador en el Riksdag, el palacio de los Caballeros.

Fue entonces que Yelim se dirigió a uno de los agujeros más pobres y deshauciados de su reino para presentar sus explicaciones, acompañado de docenas de legionarios y centuriones negros.

Pero eso será motivo de la próxima Crónica.

29 de agosto de 2025

Tercera Crónica de Hopean Maa

A consecuencia de sus palimpsestos, Yago Hispánico perdió las llaves del Cofre de los Baldados y se le prohibió la entrada en el palacio. Nada de esto impidió que apareciesen nuevos palimpsestos cada vez más comprometedores, no solo para Arinak y, por ende, para Yelim, sino también para la, hasta ese momento, intocable Pechos Bellos. Quienes habían logrado descifrar esos complicados textos afirmaban que la maga avarienta había oído esas habladurías en los infinitos pasillos del palacio e intentó quitar de su responsabilidad el cuestionado Cofre y pasarlo a la égida del Doctor Jirones, el Oscuro, aquel que había preparado y repartido el mortal elixir que mataba a quienes, ignorantes de sus efectos, lo consumían creyendo que aliviaba sus dolores, tal como relatamos en la Primera Crónica.

Pero los palimpsestos, impregnados de oscuros conocimientos cabalísticos y propios de la gematría, habían hecho conocer un número que el populacho, enojado con los desmanes del maldito gnomo Yelim, había convertido en símbolo: el 3. En todos lados, en los muros del palacio, en las paredes de la taberna, aparecía el fatídico número. Incluso, en los barrios más humildes de la ciudad del Palacio, los villanos se saludaban levantando los dedos índice, medio y anular.

El que no cesaba en su tenaz lucha por defender al Gnomo Real y a su hermana, la bruja Arinak, era el hechicero Wilhelm Franks. En todas las instancias posibles, en la plaza pública, en las reuniones de la Corte, el eterno hechicero del poder repetía sin cesar sus escasos argumentos, que solo buscaban cambiar de conversación. Incluso se presentó ante la Asamblea del Reino, una antigua institución, bastante desprestigiada, donde se reunían delegados de todos los confines del reino. Allí intento el experimentado hechicero convencerlos de que todas esas revelaciones de los misteriosos palimpsestos no eran más que patrañas y mentiras de los seguidores de la Cautiva de la Torre o de los sicarios del conde Achse.

Pero los acontecimientos se precipitaron en un empinado tobogán.

El gnomo Yemil, su hermana Arinak acompañados por el ogro noruego Skallet Ekspert –que ambicionaba desplazar a Achse y arrebatarle su condado– intentaron visitar a los campesinos de la vecina aldea en las Colinas de Aromas. Contrariamente a lo que se imaginaban los vecinos del villorrio, indignados con las revelaciones de Yago Hispánico y con el desmantelamiento del Cofre de los Baldados, comenzaron a abuchear a la pareja real y su corte, mientras desfilaban en una blanca calesa abierta. La indignación de los campesinos llegó al grado de arrojar sobre los ocupantes de la calesa piezas de la brasica olearacea var itálica, una hortaliza abundante en selenio y por lo tanto apreciada por sus poderes rejuvenecedores.

Yelim y Arinak, temiendo quizás por sus vidas, huyeron del lugar, no sin antes desalojar de la calesa al enorme ogro Skallet, quien debió huir del lugar montado en un pequeño borrico, conducido por un campesino, apenado por la bochornosa situación de tan altos dignatarios.

Los hechos de Colinas de Aromas, rápidamente, fueron hechos conocer por trovadores que repetían en plazas y esquinas las mofas y los versos bufonescos que la multitud había lanzado a los visitantes. Quizás por ello, la escena se repitió en otro de los condados más lejanos del palacio, en la Ribera de las Siete Bocas. Hasta allá quiso llegar la bruja Arinak acompañada, en este caso, por uno de los Hermanos Palíndromo, el joven Mårten. La reacción de los villanos fue aún peor. Siendo un condado conocido por la agresiva virilidad de sus hombres, muchos de ellos siempre con un cuchillo preparado para que salga cortando, el repudio a los visitantes se manifestó con amenazas personales y un estrecho contacto cuerpo a cuerpo.
También de allí, de la Ribera de las Siete Bocas, debió huir Arinak y su circunstancial acompañante, también tiznado con el escándalo de los precios de las hierbas mágicas.

A todo esto, el gigante Strujanegros, un esperpento flaco y alto como un obelisco y casi con su misma agilidad, seguía desde uno de los infinitos salones del palacio con sus prácticas letales. Así como un día expulsaba a los sirvientes del palacio, otro día dejaba de proveer del oro necesario para el funcionamiento de las caballerizas reales y de las Casas de Salud donde los súbditos eran revisados por los brujos benignos, muchos de ellos nacidos en reinos fronterizos.

En el medio de este aquelarre, Yago Hispánico se presentó ante las Altas Togas del reino para defenderse de las acusaciones de Yelim, Wilhelm Franks y del enano Lujam Al Saghira. La noticia generó una enorme preocupación en la Corte. El monje Hispánico guardaba bajo su hábito talar turbios secretos sobre las maquinaciones, no solo del gnomo y la bruja, sino de chambelanes, visires, ministros y aspirantes a brujos consagrados.

A todo esto, se preparaba, como ya dijimos, el único día en el año en el que la opinión de los súbditos adquiría cierto valor y eso era aprovechado tanto por los cortesanos, como por los seguidores de Kerstin, la Cautiva de la Torre, y del conde Achse, para hablar con los habitantes del reino. En una de esas reuniones, en una pequeña villa conocida por la excelente fermentación del mosto de malta de cebada, agua, lúpulo y levadura, Maksimaalne, el hijo de Kerstin, profirió un grueso y desventurado epíteto contra Achse, en presencia del alcalde, la doncella Moira de los Andes. La reacción de los seguidores del Conde, que eran muchos, ya que los labriegos y campesinos de la región se sentían beneficiados por sus acciones en el palacio, fue inmediata. Un coro de repudio brotó desde las chozas mas pobres y oscuras del condado de Sanos Oreos, tal como se llamaba.

Todo en el reino era tensión y suspenso. Pero eso continuará en la siguiente crónica.

26 de agosto de 2025

Segunda Crónica de Hopean Maa

Segunda Crónica

El reino se conmovió. Desde todos los rincones, desde los condados más cercanos a las marcas más lejanas y pegadas a la frontera, se vertían todo tipo de rumores, acusaciones e historias. De golpe, la imagen y la fama de la bruja Arinak rodó por el piso. Ya nadie temía las oscuras mezclas de sus tortas o su legendario poder cartomántico. Los sobreprecios en hierbas mágicas como la salvia y la artemisa, que purifican la energía y potencian los hechizos, del muérdago, que conecta con la divinidad y el beleño, que trae el sueño y las imágenes del estupor y la locura, muy usadas en los males de los súbditos, produjeron una ola de indignación.

Cuando Yago Hispánico, el monje herético que administraba el Cofre de los Baldados, hizo conocer, en la plaza frente al palacio, los palimpsestos que demostraban el infame comercio, el palacio real se tambaleó.

El gnomo Yelim, habitualmente locuaz y coprolálico, se sumió en un perturbado silencio, solo roto para evocar sus herméticos y diabólicos saberes o para intentar torpes cuchufletas. Arinak, que habitualmente sumaba su dificultad para expresarse a no tener nada que decir, comenzó a hablar de todo tipo de cuestiones, a excepción de las que desvelaban a la multitud fuera del palacio.

Los hermanos del Palíndromo, que habían sumado sus intereses a los de Yelim y Arinak también estaban en la comidilla pública. Famosos por su codicia, estos selkies libaneses, aparecían como beneficiarios de los estragos con las hierbas mágicas.

La horda de sirvientes que abarrotaba los pasillos y las múltiples salas palaciegas intentó desmentir las noticias y rumores. Uno de los primeros fue el hechicero Wilhelm Frank, eterno habitante de esos pasillos. Ahí había logrado sobrevivir a todos los reyes y reinas que gobernaron Hopea Maa en los últimos 70 años, gracias al pacto demoníaco de su padre, El Verdugo de Junio. Frank tomó bajo sus hombros el papel de Chambelán y buscó acusar, sin mucho éxito, a los muchos enemigos de Yelim, como autores de la maledicencia.

La maga Pechos Bellos, que habitualmente acunaba a Yelim en sus delirios y que atesoraba, en sus graneros, los alimentos que escaseaban en la mesa de los humildes labradores, apareció en los palimpsestos de Hispánico como uno de los funcionarios del reino a quien había confiado sus secretos. Su silencio no ayudó a disipar las sospechas.

Quien sí salió en abierta defensa del honor de la bruja Arinak fue un pequeño y codicioso geniecillo árabe llamado Lujam Al Saghira . En el mercado y en todas las esquinas donde se solían reunir los súbditos, Lujam intentó explicar las incoherencias de las acusaciones y habladurías. Pero muy pocos prestaban ya atención a Lujam Al Saghira. Hacía más de cuatro lustros que mentía, propalando, tanto en la plaza como en el mercado, los bandos y proclamas de los monarcas a los que el pueblo temía.

Quien encaró la tormenta con un notable despliegue de tranquilidad y calma fue la Sacerdotisa de los Cuarteles, Bichacruel. Devota de la Religión de la Espada y la Capucha, la sacerdotisa había dedicado su juventud al cuidado de los sanguinarios Caballeros de la Picana, a quienes el reino, ante el regocijo del pueblo, había confinado a lejanas mazmorras y que se habían convertido ya en un ominoso recuerdo. Lejos de preocuparse, la sacerdotisa Bichacruel observaba con interés, y no sin cierta sorna, el espectáculo del gnomo y la bruja. En su imaginación se cocinaba la fantasía de ocupar ese lugar y realizar su único anhelo, abrir las mazmorras y dejar en libertad a los viejos criminales. Veía que todo ese escándalo de las hierbas mágicas, de los sobreprecios y los pagos misteriosos ayudaba a la pendiente de la pareja real y la acercaba al trono de Arribalasavia, como se conocía al sillón real.

En el otro lado del reino, en la torre de La Cautiva, en el Condado de Achse, en la Santa Orden de Caballería Púrpura se imponía una justificada esperanza. Tanto el Duque Sergei, como el Marqués de la Fermosa Curva celebraban también las desventuras palaciegas. Se aproximaba un día en la que todos los súbditos podrían hacer conocer su opinión, como lo hacían cada dos años, en fechas ya determinadas por el Calendario de la Urna. La deserción de conocidos lenguaraces de Yelim y Anirak no hacían sino alimentar su expectativa.